Una semana loca, incesante, que no para de girar, de moverse, que por desgracia aun no acaba.
Acto primero. La declaración del amor no correspondido, ese que se cuela sin que uno pueda detenerlo, sin asco, sin tapujos ni pudor te vomita en la cara sus verdades. Yo creo que luego de tanto tiempo de estar amarrado, taimado, secuestrado en el pecho, solo le queda eso, explotar. Y así me lo dijo, después de mirar cómo me sobaba al ritmo de cualquier melódica mierda sobre otro cuerpo. Así me lo dijo, sin asco, con miedo, con ganas. Y con una prudencia mentirosa y cínica le dije que yo no sentía lo mismo, que no era él, que era yo, la misma porquería que tantas veces he repetido y en la que sigo creyendo firmemente, aunque la verdad que esta vez éramos los dos. Y los alcohólicos brebajes ingeridos hicieron lo suyo. Yo también vomité sobre el pobre iluso mi verdad, mi mierda. Y le hable del otro, del desgraciado, del maldito, del hijo de su puta madre que desde hace 3 años me tiene en stand by, parada al lado de la podredumbre sin poder avanzar, ni correr, ni escaparme de los recuerdos de lo que nunca fue, de lo que me prometió que sería, de lo que paso sin que lo disfrutara, de lo que no dejo de revivir aunque al maldito no le dirija desde hace más de 5 meses. Y así utilicé al que se masturbaba con mi imagen desnuda, el que soñaba con un futuro conmigo, el que revivía las imágenes de lo que pasó de sucio y triste paño de lagrimas. Y me estruje las lágrimas de mi tristeza en su ropa, en el cuello, en las manos. Y así lo destruí como alguna vez me destruyeron a mí. Sin querer hice lo mismo que a mí me degolló. Y terminé cogiendo su mano y rogándole: “Hay que ser amigos”. Y así me convertí en la femenina mala copia del hijo de su puta madre que me dejó muriendo de no amor. Aunque claro que él fue peor, mucho peor. Pero hay más. Desgraciadamente la humillación de pobreiluso no terminó ahí.