Había una vez, en un país lejano, una princesa que carecía de nombre y de título nobiliario, pero que poseía todo el poder y el dinero que deseaba. Fue criada en medio del derroche, la opulencia y la desvergüenza y sus deseos siempre fueron cumplidos al pie de la letra. Vivía como nadie en su ciudad bizarra y llena de contrastes lo hacía. Viajaba, compraba y derrochaba como nadie. Siempre fue envidiada por su cuerpo, su cara, su casa y su plata. Porque para los demás ella lo tenía todo. Y es que desde afuera todo se ve diferente, todo se ve borroso y cambia de forma.
Su padre, el rey, poseía un imperio ilegal que se alimentaba de los sueños rotos y su séquito estaba compuesto por los súbditos de la sustancia que ofrecía. Él comercializaba con las esperanzas y la desesperación de los desafortunados que alguna vez creyeron que en la nieve, como el rey la llamaba, se encontraba su salida. Era un hombre corrompido por el tiempo y las situaciones, desquiciado e infiel a todo en lo que alguna vez creyó; sus valores, su esposa y sus verdaderos sueños. Su matrimonio había empezado por algo parecido al amor, pero que realmente era obsesión, conveniencia y soledad. La pasión que había entre los dos se fué rápido y quedaron los problemas. Y así la historia que empezó con un sí acepto terminó con una total indiferencia, con un vació y sin palabras. Sin embargo ninguno de los dos se atrevió nunca a separarse del otro, talvez por dependencia o por conservar las apariencias
La reina, por otro lado vivía encerrada en un mundo de tarjetas doradas, viajes a países todavía más lejanos que el suyo, antidepresivos, y fiestas reales. Ella sabía muy bien que no tenia nada, por eso se refugiaba en la frivolidad y el derroche, para por lo menos poder aparentar que lo tenía todo.
El palacio real se encontraba en una colina desde la cual se podía ver todo el “esplendor” de la ciudad de los sueños rotos. Un lugar de apariencias, y vidas compradas, un lugar en el que todo se vende, en el que se trafica con el amor, las esperanzas y los sueños. Para sus habitantes todo tenía un precio y todo era negociable y desde sus mansiones de hielo se decidía y controlaba el destino de los supuestamente menos afortunados.
Su entornó convirtió a la princesa en un ser de hielo, esculpido por las circunstancias y diseñado para destruir. Ella era el estandarte de la falta de amor, el cual siempre buscó pero jamás se atrevió a pedir. Al comienzo era un ser melancólico y triste, pero luego se endureció y se puso una máscara de fiesta, la cual ocultaba su verdadero rostro. Su terrible tristeza fue reemplazada por un vació inmenso que a veces perturba más que el peor de los dolores. La mariposa social tenía incontables amigos de alquiler (frenemies), de esos que se van cuando estas mal. Aprendió a reemplazar el amor por el placer y la amistad por la conveniencia.
Poco a poco se fue convirtiendo en un arma de destrucción y su principal blanco era ella misma. Pero era conciente de su situación, por eso cayó en la nieve y el alcohol, por decisión propia, porqué los vio como un refugio y como una fuente causantes de amnesia temporal. En ese momento se desencadenó su tragedia, la cual ya se había estado planeando desde el día en el que nació. Empezó a consumir la blanca sustancia porque esta por lo menos la hacia sentir algo por una fracción de segundo. Su adicción la llevo a limites, los cuales nunca se imagino que seria capaz de cruzar.
Su romance con la nieve fue corto pero intenso, y luego hasta le fue infiel a su primer y adictivo amante, ya que en un punto ya ni esta le hacía efecto. Se inyectaba, inhalaba, aspiraba y hacia de todo para sentir algo. La princesa trató de acabar con su destrucción progresiva y resucitar de las cenizas pero ni el dinero, ni su pequeña voluntad pudieron rescatarla, talvez ya era demasiado tarde o puede ser que se haya dado por vencida antes de luchar. Talvez, inconcientemente, su objetivo era autodestruirse y acabar de una vez por todas con su frívola existencia
Un día su cuerpo se resignó y decidió dejar de luchar contra su locura y la abandonó. No tuvo ni el tiempo ni la conciencia para despedirse del mundo helado que tan mal la había tratado.
A pesar de la indiferencia con la que la crió; el rey de la cocaína y el narcotráfico sufrió la desgracia de Blancanieves y se arrepintió porque sabía que él y su imperio eran los principales causantes de su tragedia. La reina al enterarse del ocaso de la chica se dejo consumir por las pastillas. Todo porque en su mundo de apariencias nunca les habían enseñado como demostrar amor, a pesar de sentirlo.
Así se derritió la princesa de la nieve, poco a poco, hasta que un día desapareció dejando un charco hondo en el que toda la familia se hundió por la culpabilidad, la impotencia y la soledad que ya no podían disimular. Porque sabían que a pesar de tener todo el dinero del mundo y de poseer el mayor imperio blanco del país realmente no tenían nada de lo que habían soñado. Así el rey de los sueños rotos fue destruido por la sustancia con la que él mismo acabo antes con tantas vidas. Muchos de sus cómplices fueron encerrados en jaulas de oro, pero él no, porque realmente su peor castigo era seguir en el mundo de afuera, atado para siempre a un oficio que ahora maldecía.
Y así acaba una historia que empezó por la adicción al poder y terminó con el vacío que este causa. Sus personajes congelados fueron llevados a extremos por las circunstancias y por sus decisiones erradas, las cuales terminaron por destruirlos a todos por igual.